DFW: Aquel Absurdo Abismo

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Esto es sobre David Foster Wallace, pero no un análisis sobre un escritor que recoge la herencia de los "experimentalistas del postmodernismo", no gracias. Tampoco es sobre un novelista que apareció luego de los fashion 80's de Bret Easton Ellis. Menos sobre la “voz de la conciencia americana” desde los noventa. Sólo es la mirada de un lector impresionado por las páginas de un escritor que ya no es tan de la generación X, ni tan “fuera del sistema”, y claro, imagino que si yo estudiara en Estados Unidos, en la universidad en donde dicta clases de “escritura creativa”, probablemente muchos de mis compañeros lo odiarían. O no. Todo es subjetivo. Solo es alguien más, pero que se agradece. ¿Fan? No creo... bueno, puede ser.

La verdad es que cada cierto tiempo el mundo editorial quiere armar una generación de escritores que de vuelta la historia, y desde la antología de relatos “La Niña del Pelo Raro” que se le une a escritores como Chuck Palanhiuk (Asfixia), Frédéric Beigbeder (13,99 Euros) o Jonathan Lethem (Huérfanos de Brooklyn) para armar un nuevo catálogo y poder venderlos como se hace desde que las editoriales nacieron. En ese sentido estos fueron tildados como "aquellos que tienen mucho que criticar sobre las sociedades en que viven". Una idea, por lo bajo, repetida, pensando que un escritor debe hacerlo siempre. No hablo de escritores por encargo. Algunos apuestan que es el mejor escritor norteamericano de su generación. Sus temas van desde la cultura popular, hedonismo, sexo, obsesiones, crítica y por sobre todo la historia reciente de a su propio país y lo que ha generado el entretenimiento, «Tenemos 500 canales de televisión. Los americanos disfrutamos de un nivel de vida con un grado de exceso sin precedentes en la historia. No es raro que una generación como la nuestra se muestre infeliz, impotente y ansiosa», afirmaba en el periódico The Oregon Voice y otras frases por el estilo por donde pueda hacerlo. Pero en donde se percibe mayormente su objetivo es en recrear la soledad y diseccionar la vida en momentos que parecieran eternos. Todo a punto de explotar, hasta moralmente. Y todo con un léxico nuevo, reduciendo, inventando, incomodando, creando y contando la era del mass media. Es decir, nuestra vida, ya que somos producto de aquello. Un resultado de los medios, al igual que su escritura. A Foster Wallace le gustan los extremos, se han publicado libros de pocas páginas y otros que superan las mil doscientas. En “Algo Supuestamente divertido que nunca volveré a hacer” se retrata como un freak viviendo algunos días con todo pagado en un crucero por el Caribe; en la colección de relatos “Entrevistas Breves con Hombres Repulsivos” desmiente lo que dice al pie de página, muestra las perversiones de forma humana y los textos van desde un párrafo a más de treinta páginas, y en “La broma Infinita” puede reirse de los medios, pasar por el terrorismo travestido, pero por sobre todo trata sobre las adicciones que todos tenemos, desde la más pequeña. Y lo más divertido es que hay algunos críticos literarios que tratan de definirlo con palabras bonitas y citas a escritores serios para demostrar que en ese cerebro sí hay conocimiento. Eso me suena tan ridículo como cuando cuando alguien explica una película de David Lynch. Mentira. Es uno de los escritores “ofensivos” para la cultura américana pero a la vez nombrado como uno de los mejores, una dualidad que permite la “democracia”. Es llamado transgresor, como muchos, pero lo más importante es que el leerlo hace creer en que la literatura se puede renovar, total si nos dicen que hay que leer a los clásicos, siempre estarán ahí. Para mí, este es uno, un maravilloso clásico del absurdo mundo adulto del que somos parte. Un premio leerlo. Claro, una opinión en primera persona singular.

”Durante meses has tenido sueños que no se parecían a nada que hubieras visto antes: húmedos, trepidantes y distantes, llenos de curvas cimbreantes, de pistones frenéticos, de calor y de un vértigo tremendo. Y te has despertado con los párpados convulsos al ritmo de una descarga, un borbotón y un espasmo que te ha sacudido desde el cuero cabelludo hasta los dedos de los pies procedente de una zona en las profundidades de tu interior que nunca imaginabas que tuvieras, estremecimientos producidos por un dolor profundo y dulce, las farolas del otro lado de las persianas de tus ventanas proyectando estrellas brillantes en el techo negro del dormitorio, y una gelatina blanca y densa rezumándote entre las piernas, goteando y pegándose, enfriándose sobre ti, endureciéndose y aclarándose hasta que no queda nada más que nudos retorcidos de pelo animal duro y pálido en la ducha matinal y en esa maraña húmeda persiste un olor dulce y limpio que no puedes creer que proceda de nada que tú hayas creado en tu interior” (Entrevistas Breves con Hombres Repulsivos)